Los conquistadores españoles ingresaron en el territorio de Córdoba a través de tres corrientes expedicionarias, a partir de la primera mitad del siglo XVI. En 1528 Sebastián Gaboto ingresó por la zona del litoral y encomendó a Francisco Cesar ingresar por oeste, a lo que es hoy Córdoba, con muy pocos hombres, siguiendo el curso del Río Tercero, se interna en lo que hoy es Calamuchita. En 1545 Francisco de Mendoza ingresa por el norte desde Santiago del Estero, en busca de las tierras prometidas que señalaban los aborígenes que hacían de guías, tal vez sea su paso el que quedó documentado en las pictografías de las galerías de Cerro Colorado. En 1561 encomendado por el gobernador Francisco de Villagra envía a Juan Jofre a ingresar por las tierras de Conlara. Son esas expediciones las que dejaron registros invaluables de las costumbres de los aborígenes, desde crónicas y los datos aportados por arqueólogos se afirmaron que en el siglo XVI ya existían asentamientos de grupos de Sanavirones y Comechingones.
El territorio ocupado por los comechingones desde el norte de Córdoba y parte de San Luis, cubría una extensión de aproximadamente 72.000 kilómetros. Dos grandes grupos, el Henia y el Camiare, estaban establecidos en la parte norte y sur de este territorio. De acuerdo a las crónicas de los conquistadores los Comechingones eran altos morenos y barbados, lo que pasa a ser una singularidad. Por esto algunos historiadores los ubican como huárpidos de la zona de Cuyo. Sin embargo, ha sido frecuente encontrar restos de baja estatura con un cráneo deformado tubularmente desde la frente hacia atrás lo que contradice las crónicas.
La base de la organización socio-política era un agrupamiento semejante al Ayllu andino. Se trataba, en efecto, de un conjunto de personas que se concebían como parientes por descender de un antepasado común, real o mítico. Estas personas gestionaban colectivamente recursos claves para su reproducción económica, como las tierras agrícolas, algarrobales y territorios de caza. Dichas unidades sociales pudieron ser políticamente independientes o integrarse en formaciones de mayor tamaño, aunque conservando considerables niveles de autonomía política y económica. Todos esos rasgos son característicos de la organización segmentaria de las formaciones sociales andinas. (Nilsen, 2007. p.89) El Ayllu era la base de la organización social y familiar, consistía en grupos familiares que pertenecían a un mismo tronco o relacionados por vínculos de consanguinidad ficticia. La persona de mayor jerarquía era el cacique, pero también había caciques menores, al parecer todos los miembros del grupo llevaban el mismo apellido, los españoles preferían designarlos con el nombre de su cacique o por el de sus pueblos de cabecera. Las tierras pertenecían a los integrantes de cada ayllu, y estaban perfectamente delimitadas, en ellas se realizaban tareas agrícolas con esfuerzo común, por lo tanto, se supone que el producto también se repartía de acuerdo a las necesidades del grupo.
El cacique tenía propiedad sobre la tierra como de la cosecha, y un símbolo de poder era la obligación de concurrir y ayudarlo en la recolección de su maíz y de su algarroba. Como también de juntarse en su casa en los rituales y borracheras
Se cree que la filiación utilizaba la línea paterna, a esto se lo llama descendencia patrilineal, se consideraba unilateral ya que no se tenía en cuenta la línea materna, en este régimen familiar el padre pasaba a ser el jefe indiscutido. En las crónicas de Jerónimo Luis de Cabrera, relata que eran grupos chicos, porque cada grupo era una parcialidad de parentela. Así mismo encontramos decires, que en una casa entraban diez hombres con sus caballos, si tenemos en cuenta que cada hombre era responsable de su mujer y de sus tres hijos o más; nos da un número de familias de alrededor de cuarenta personas. Así podríamos decir que los pueblos de más de cuarenta casas tendrían aproximadamente 1.000 habitantes. Sus casas serían cavadas en la tierra como si fueran sótanos, posiblemente en forma rectangular, el techo era cubierto con ramas y troncos a modo de protección. Estas viviendas proveían el fresco durante el verano y un buen cobijo en el invierno; eran las llamadas casas –pozo. Esta vivienda fue común también en otros grupos que habitaron el territorio argentino; solían estar en medio de sembrados de maíz por lo que quedaban ocultas. Con respecto a la economía trabajaban en la agricultura, criaban llamas y recolectaban frutos, esto determinaba la elección de los lugares de asentamiento. Se sabe que utilizaban la irrigación artificial. La domesticación de la llama los proveyó de carne, lana para sus tejidos, que eran muy elaborados con colores brillantes, que obtenían de tinturas producidas a partir de minerales y vegetales y prendas de cuero. Cazaban ciervos, guanacos, pumas y aves.
También utilizaron la cestería, se sabe por los grabados en las vasijas encontradas, ya que la usaron como molde para las vasijas; tejían en forma espiralada desde abajo hasta el borde con fibras naturales. La alfarería fue una de las principales actividades de estos pueblos. Usaban vasijas de formas variadas según la función; para algunos recipientes se utilizaba una cerámica tosca de tamaño mediano, de formas globulares, sin decoración. También se hacía una cerámica para fines diversos, más delicados. Los fondos de las vasijas eran planos y, las más pequeñas tenían asas con decoraciones geométricas. La vestimenta se componía de una camiseta o unku, tejida de lana de llama o guanaco, con vivos colores y una especie de delantal de forma rectangular, de cuero o lana con dibujos geométricos, sostenido con un cinturón de cuero. En la cabeza usaban adornos cefálicos en forma de vincha de vivos colores, a veces con dos apéndices que colgaban por detrás, también solían usar un gorro de forma triangular que les dejaba descubierta la nuca; se peinaban dividiendo el cabello por detrás en dos partes a veces con trenzas sobre los hombros o la espalda. En ocasión de guerra el rostro lo lucían a veces pintado, mitad negro y mitad rojo, se adornaban con collares, brazaletes y pectorales que realizaban con caracoles, huesos, piedras y a veces metal. La lengua comechingona fue influida por otras; como el quechua, cunza y la cacan o diaguita. Las influencias se produjeron posiblemente antes de la llegada de los colonizadores. En sus creencias adoraban al sol y la luna, se sabe de la existencia de hechiceros que utilizaban el cevil, un polvo alucinógeno para entrar en trance que lograban moliendo una planta que aspiraban por la nariz utilizando un caracol roto. Además, utilizaban animales como hurones, lagartijas y loros para sus rituales, que realizaban dentro de un corral de ramas, bailando, cantando y haciendo sus borracheras. La práctica funeraria consistía en enterrar los cadáveres de los adultos directamente en la tierra, en posición fetal con los miembros flexionados sobre el cuerpo, generalmente en el piso de la casa; no en cementerios y sin adornos funerarios, el uso de urnas estaba reservada a los párvulos. Los motivos de las fiestas eran la muerte de un niño, la llegada a la pubertad o la finalización de una cosecha, lo que era motivo para bailes, borracheras y música, usaban instrumentos como el sonajero, la flauta y los silbatos hechos de piedra o de cerámica.
El arte demuestra mucha sensibilidad en las figuras rupestres y en estatuillas de arcilla o piedra, mostrando imágenes pequeñas, sin brazos, con piernas muy rectas, sin pies y sin identificar sexo. Existen piezas modeladas en arcilla de animales y se conocen también algunas placas grabadas en piedra con figuras geométricas. En la guerra hubo luchas internas entre sanavirones y comechingones, antes de la llegada de los españoles. Se dice eran muy aguerridos y bien organizados para la lucha, las armas que utilizaban eran arcos y flechas, la masa de piedra, media pica, hachas y boleadoras, y si lo hacían de noche portaban antorchas con las que quemaban los poblados.
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